Cada año con la llegada del verano, el buen tiempo y la calma del mar, las espectaculares travesías del Mediterráneo con medios improvisados de todo tipo por que huye de una realidad invivible.
Los migrantes buscan su fortuna donde la televisión, internet y otros medios de comunicación hablan de que hay una buena vida, condiciones para un desarrollo favorable y cualquier otra riqueza potencial que justifique la riesgo de cruce muy peligroso. No quiero entrar en extrañas demagogias y consideraciones humanitarias que deben ser la base de una sana vida civil y que no deben traducirse en un mero, terrible y absurdo informe de muerte.
Estar indignado por todo esto es inútil. Evitar eso sería lo mínimo. Pero eso no es de lo que quiero hablar hoy. Una cosa es cierta: sabemos, sin lugar a dudas, que los flujos migratorios esperados en los próximos años serán incontenibles.
Para que te hagas una idea, piensa en las temperaturas. Nos estamos quejando de lo que nos pasa, que el termómetro pasa de 30° a 40° todos los días. Pensemos en lo que podría significar vivir en países donde los termómetros marcan sistemáticamente 20° más de lo que sucede aquí. ¿No te escaparías tú también?
Si a todo esto se le suma la enfermedad, la escasez de agua, las complicadas condiciones políticas internas, ya está bien perfilada una de las primeras razones que nos llevan a entender lo que está ocurriendo y lo que sucederá. Esto por sí solo debería poner los pelos y los sesos de punta a aquellos en Occidente que deben y tendrán que lidiar constantemente con estos problemas. Pero hay más Los flujos migratorios tendremos que administrar nuestro futuro.
La dinámica demográfica pinta unItalia con cada vez menos jóvenes, y habrá cada vez menos. Habrá en su lugar volverse viejo que necesitarán asistencia, cuidado y un país capaz de sostener tanto a los jóvenes reclutas como a aquellos que, fuera de su edad productiva, se convertirán en pasivos y absorbentes de ingresos y productividad.
Y entonces, probablemente, si no lo hacemos antes, si no lo hacemos con un proyecto real, tarde o temprano deberíamos ocuparnos de la historia, de cómo reemplazar a los que trabajan hoy con los que trabajarán mañana. Pero si los que deberían trabajar ya no están, precisamente por la dinámica demográfica antes mencionada, ¿cómo lo haremos?
Pues dentro de unos años habrá alguien que se verá obligado a “recogerlos”. Habrá algún ama de llaves que se despertará por la mañana y dirá: “¡Eureka, encontré la solución!”. Pero para entonces será uno solución de emergencia y, como suele suceder, las emergencias terminan convirtiéndose en emergencias y generando cada vez más dificultades.
Pensémoslo a tiempo. Por un lado, los flujos migratorios serán cada vez más imparables y numerosos, por otro, las necesidades demográficas de un Occidente cada vez más envejecido imponen una inevitable cambio generacional. Las dos cosas tenderán a complementarse. Nos guste o no, alguien se despertará y nos dirá: “vamos a buscarlos”.
Si tuviéramos que aprender a hacerlo con un proyecto serio, de opciones, probablemente las cosas podrían ir mejor de lo que irán.